domingo, 16 de octubre de 2011

Tan jodidamente perfecto.

Hoy, 15 de octubre del 2011.4 en punto de la tarde. Estadio de Riazor. La primera vez que entro en un campo de fútbol. El ambiente, impresionante, los jugadores de los que tanto había oído hablar en la televisón, los cánticos, los nervios, el blanquiazul por todas partes, pipas, Coca-Colas, cervezas, bufandas del equipo, tensión, alegría, aficción, los hinchas, la gente, rabia, odio al árbitro... Todo. Sin duda una experiencia maravillosa que no dudo en repetir. El partido, no de los mejores, pero pasé un muy buen rato. Cantando, gritando, rompiéndome la voz: 
Deportivo alé, no te rindas porque en la curva siempre animaré(8); Daría mi vida, daría lo que fuera por ver a mi Depor jugar en primera(8) ; Esta hinchada nunca se rinde(8)... 
Viendo a un equipo que ni siquiera es el mío, pero que lo tengo demasiado presente en mi día a día. Un equipo, que no es el mejor del mundo, pero que su aficción se merecía un premio; era totalmente impresionante que después de que el rival metiera un gol, los hinchas del Deportivo de la Coruña aplaudieran más y más, cantaran y animaran más para que su equipo se pusiera en marcha. Los aficcionados de otro equipo se vendrían abajo, pero los de este ni de broma. Eso es sentir los colores. Eso es tener el escudo en el corazón. En fin, que jamás había visto algo parecido.




Después, voy andando a un centro comercial. Me tomo un frapuccino. Me encanta sentir el frío y a la vez la suavidad de ese café. Es genial. Tiene un sabor intenso pero dulce al mismo tiempo. Me encantaría estar tomando eso en un Starbucks Cofee en la ciudad de Nueva York, pero con esto me conformo.



Más tarde, doy un paseo por el puerto deportivo. A un lado, la Torre de Hércules, resaltada por el tono anaranjado del cielo no tan azul como siempre; al otro lado, la ciudad vieja de la Coruña, con las vidrieras de las galerías en las casas principales especialmente bonitas gracias a la tenue luz del momento. Paso por lugares extraños para mí pese a que había estado en ellos infinitas veces, pero que nunca me había parado a pensar en su belleza. Las fuentes, los barcos atracados frente al parque, era todo precioso con los ojos con los que veía todo. 


A continuación me acerqué a los Cantones Village, un centro comercial a pie de mar donde los niños pijos de los colegios privados se reúnen y pasan las tardes. Era todo muy de universidad estadounidense, pero a la vez me dieron un poco de pena. 





Las chicas, unas muy guapas y otras no tanto, pero al fin y al cabo vestidas igual: fular en el cuello, pelo planchado o muy bien peinado a la moda actual, leggins o pantalones pitillos, camiseta de un color combinado con el fular, americana o chaqueta vaquera y unas Converse(generalmente  blancas, pero había quien las llevaba marrones, grises...). Los chicos, casi todos iguales, pero en ellos había más variedad: unos con sudadera, otros con una camiseta del Hard Rock Caféunos con camisa, otros con polos de Ralph Lauren, unos con pantalones pitillos, otros con cagados, unos con Kawasakis, otros con Converse, unos con Nike altos, otros con Adidas anchos... pero eso sí, todos con el pelo corto y el flequillo de lado, a excepción de algún cani que se había camuflado entre tanto pijo. Digo que me dan un poco de pena porque deben creer ser superiores que los demás con sus iPhones,
sus BlackBerrys, sus cámaras Nikkon o Canon... etc. Probablemente más de uno o de una es un/a falso/a mentiroso/a que sólo tiene amigos por su dinero, su casa y sus pertenencias. A la par que pensaba en esto, me daba cuenta de que yo soy como ellos, o me gustaría serlo. No por ser falsos y no tener amigos, si no por ser un poco consentida y hacer lo que yo quisiera por una vez en la vida. Y claro, poder ir con la ropa que me gustaría, tener el móvil que me gustaría, la casa de mis sueños, ir al mejor colegio... Supongo que para eso soy bastante superficial. Por eso me identifiqué con ellos, porque por una parte somos iguales, y son el tipo de persona que a mí me gustaría ser.



Después salí del centro comercial y cruzé por los jardines de Méndez Núñez hasta el Obelisco, a la entrada de la calle real. La gente estaba en la calle con manga corta y pantalón corto, porque pese a que estamos en octubre la temperatura a las nueve de la noche era bastante agradable. Atravesé entera la Calle Real hasta el Teatro Rosalía de Castro, y llegué a la calle Riego de Agua. Una vez allí entre en el Burger King y pedí lo mismo de siempre. Como la hamburguesa que me había tomado picaba más que otras veces, pedí un BK Fusions, un helado en una especie de recipiente como el de los batidos de las películas, pero en vez de tener una pajita, tenía una especie de minipala para ir comiéndote el helado. Salí a la calle tomándome mi helado de dulce de leche. 
Llegué a María Pita y crucé de nuevo hacia el puerto, por donde volví a dar otro paseo, esta vez ya de noche. Con el cielo lo más oscuro posible se diferenciaba una luna casi llena, muy extraña a normalmente, tenía un tono amarillo anaranjado. Debajo del satélite se veían a los barcos entrar en el puerto, y los pescadores y sus cañas con su paciencia infinita. 

A una hora razonable, me volví a casa. Todo aquello me pareciera un cuento de hadas, una película, no sé, mi sueño, era como tener un cachito de América (mi tierra soñada) en Galicia (mi tierra). Era como si desease hacer lo mismo todos los días sin cansarme. Era exactamente lo que pensaba hacer en Estados Unidos, y lo había hecho en La Coruña. Por un momento me dí cuenta de que no me hacía falta irme de aquí si total iba a hacer lo mismo. Seguí con la idea de quedarme en España, pero pensé en otra cosa que no había pensado, que por mucho que me tomara un BK Fusions, un café helado, fuera vestida con una ropa "guay" y diera un paseo por uno de los sitios más especiales que conozco, no sería lo mismo que estar en la ciudad de New York, tomar un frappuccino, caminar por el puerto mirando los rascacielos, tomarme un helado extragrande de los que solamente venden allí, y sentirme, por fin, americana, que es lo que he deseado ser desde pequeña. Pero nada es perfecto y falló algo en la tarde tan genial que pasé: Aleandra Presedo López y Amalia Álvarez Vázquez. Si, me faltaban ellas, y estoy segurísima de que si ellas hubieran estado lo hubiese pasado muchísimo mejor, y probablemente, sería la mejor tarde de mi vida.

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